Una hora más tarde había llegado ya a
casa. No oí nada. No le vi venir, pues a pesar de que vivimos en un piso de
menos de treinta metros cuadrados, del baño a la entrada no se escucha nada.
Así me estaba yo duchando, disfrutando del agua caliente que bajaba por mi
espalda, pues hacía ya un frío horroroso en Madrid cuando sentí un chorro de
aire frío. No quise abrir los ojos. Solo dejarme llevar. Apenas oía cerrarse la
mampara cuando ya estaba sintiendo que de repente hacía más calor, y que no era
por el vapor del agua.
Le sentía cada vez más
cerca. Le estaba dando demasiado rápido a mi imaginación. Ya quería
tenerle tan cerca, que todo fuera rápido. Pero me cogió las manos y la fue
pasando por su cuerpo despacio. Desde sus hombros, me fue bajando por sus
brazos; sus bíceps, sus tríceps y sus venas...
Dios, cómo se marcaban aquellas
venas en esos antebrazos.
No se había desnudado. Pero
podía, a través de la camiseta, sentir su pecho, duro, tan fuerte que sólo
podía pensar cuánto había mejorado en todo este tiempo. En cuánto me gustaba
que me cogiera y me guiara. Y que aquellas manos me pararan, me susurran que me
quedará quieta, tranquila.
- Sin prisas. Hoy hay tiempo.
- Déjame hacerte
yo.
Y de repente fui notando su
olor más cerca. Sus dedos se habían quedado en mis labios mientras con la otra
mano me cogía por la cintura y me atraía hacía sí.
0 Comments